Muchos titulares de medios de comunicación, opiniones en redes sociales y declaraciones de personajes relevantes de todos los ámbitos y venidos de todos los sitios afirman que cuando salgamos de esta crisis ya no seremos los mismos, pero que seremos mejores. Quiero suponer que este optimismo se nutre de los miles de ejemplos de solidaridad y buen hacer que muchos profesionales de nuestra sociedad han dado durante estos días de confinamiento, pero a riesgo de pecar de ingenuo, me pregunto si además de habernos convertido en mejores personas, este virus también va a conseguir que se mejore, notablemente, nuestro equilibrio y nuestra cohesión social. 

 

Muchas profesiones y muchos profesionales han adquirido un protagonismo y un reconocimiento social durante estos días más que merecido, una consideración que siempre han debido tener o que no han debido de perder nunca y me refiero, por supuesto, a los sanitarios, pero también al comercio, al transporte, a la limpieza, a los profesionales sociales, como los asistentes personales, los trabajadores de atención a domicilio, de centros de día o de residencias, entre otros. Profesionales todos ellos que le hacen a uno ser entusiasta con nuestro futuro más cercano, pero, como afirma José Manuel Ramírez Navarro, presidente de la Asociación de Directores y Gerentes de Servicios Sociales en un artículo publicado recientemente donde dice que “sabremos asumir el nuevo reto si se nos dan los recursos necesarios”, el desafío a medio plazo una vez pasada la fogosidad del momento que se puede ir apagando aparece, precisamente aquí, la encrucijada, esa bifurcación de caminos que siempre surge cuando una crisis, del tipo que sea, se cruza en nuestro trayecto poniéndonos en la tesitura de tener que tomar importantes decisiones, importantes de verdad. En este caso, me surge una pregunta que es sí saldremos de esta crisis siendo mejores gracias, entre otras cosas, a políticas que inviertan o gracias a políticas que recorten el gasto. 

 

La historia nos ha dado ejemplos de cuando se ha tomado una dirección u otra y hemos visto las consecuencias, en algunos casos las hemos sufrido. Si lo medimos en tiempo, el tomar una senda u otra supone, como mínimo, que los efectos de esas decisiones afectarán a los ciudadanos los próximos diez años. Las consecuencias y todas las derivaciones de las decisiones tomadas en la anterior crisis global no habíamos conseguido “olvidarlas” a principios de este año, cuando nos ha caído encima la erupción del coronavirus. Casi podríamos decir que “llueve sobre mojado”, si del sector social y sanitario hablamos, y con inquietud y preocupación somos testigos de lo que ocurre día a día y de los fallos que se van tomando. 

 

Hay cosas que se van repitiendo, somos humanos y ese parece ser nuestro sino, como las respuestas timoratas, recelosas, lentas e insuficientes de una Europa cada vez más desunida y que pierde credibilidad a los ojos de los ciudadanos, que aún no nos está dando tiempo a analizar y a reflexionar sobre quién, cómo y cuándo nos echaron una mano en un momento trascendental de nuestras vidas. Las CCAA tampoco se quedan atrás en la falta de coordinación y de respuestas conjuntas aunque algún ejemplo ha habido de lo contrario que nos da lugar a la esperanza. Sin querer ahora buscar las erratas y los desaciertos, aún esto no ha acabado y tiempo habrá para estas cuestiones necesarias, claro está, ni tampoco aún tenemos toda la información de lo que está aconteciendo para hacer un análisis certero, la cuestión que acometo porque ya en breve nos encontraremos en esa encrucijada, es la de si tomaremos un camino u otro. Ahora las medidas que se están tomando son medidas de choque y extraordinarias para frenar el impacto brutal de esta pandemia, pero cuando remita habrá que tomar medidas económicas, sociales, sanitarias y estructurales que nos afectarán de forma inmediata y también para los años venideros. 

 

Otra cuestión que va ligada a esta y de la que no podemos olvidarnos a la hora de decidirnos por un camino u otro, es que las crisis afectan más a los extractos de la población menos favorecidos o más vulnerables como son las personas mayores, las personas con discapacidad, los desempleados, las mujeres víctimas de violencia de género, entre otros, ensanchando la brecha social. En esta ocasión, la crisis se está cebando con aquellos ciudadanos más vulnerables desde el punto de vista de la salud y nos está poniendo, como sociedad, frente al reto más importante de las últimas décadas y frente a nuestro propio espejo. De esta podemos salir siendo mejores individualmente, estoy seguro, pero necesariamente tenemos que salir siendo mejores en conjunto, porque no podemos sacrificar la dignidad social de miles de ciudadanos y para eso necesitamos esos recursos que nos permitan no dejar a nadie atrás, pero de verdad, que suficientes estamos perdiendo por el camino.